Viajo con una maleta enorme, no tiene otro nombre. De hecho,
viajo con una maleta dentro de otra maleta.
Desde el principio: después de intentar reducir el equipaje al
máximo, mi equipaje seguía superando el límite de la compañía de forma muy
considerable. ¿Solución fácil? Separar una parte como equipaje de mano. Pero yo
no quería arrastrar tanta maleta por Canadá, ya llevo una mochila… Además, por
mucho equipaje de mano que lleve seguiría llevando una señora maleta. ¿¿Solución
retorcida?? Utilizar una maleta que sea lo suficientemente grande como para
guardar el equipaje de mano nada más bajar del avión.
Después de muchas pruebas y mucho tetris, todo encaja.
Incluso puedes jugar un poquito con el espacio sobrante: he encontrado la
combinación perfecta de maletorra y maletita.
Al margen de la feliz combinación, en cuanto bajo del avión
estoy deseando recoger la maletorra para poder deshacerme de la maletita.
Y es que la pobre maletita lo es en todos los sentidos: es pequeñita,
con las asas cortitas, con las ruedas torpes y muy inestable. Vamos, que cuando
no se cae con sólo mirarla es porque me está golpeando los tobillos al caminar... Pero no
os dejéis engañar por mi descripción: Yo sigo muy orgullosa de ella porque mi maletita,
¡tiene un gran cometido!
Se acerca el momento: llego a la aduana, entrego mi
documentación junto al formulario de declaración de equipaje, me lo devuelven
todo… yo pensaba que se quedarían con la declaración, ¡pero no importa! Porque
ya mismo podré unificar mi equipaje e ir más ligera (más bien menos abultada...). Así que
me quedo el pasaporte y guardo el resto de documentos en la maletita. Ha llegado el momento crucial: la unificación.
Pues bien, a pesar de todas las pruebas realizadas, se nos
olvidó probar aquella en la que introducimos a la maletorra en una lavadora
industrial y simulamos el caos. El caso es que el tetris con todo el contenido alborotado ya
no cuadra tanto. Después de 15 minutos de pisar, sentarme y saltar sobre la
maleta parece que por fin cierra. Y digo que cierra porque ya no se abre… y
porque he decidido ignorar a un par de prendas que asoman por los bordes...
¡¡Pero yo estoy muy feliz!! Porque se ha “cerrado”, porque me
he ahorrado una hora de gimnasio y porque me he empezado a reír yo sola al darme cuenta de que llevo 15
minutos montando ese número delante de todo el que pasa a recoger su equipaje.
Así que me voy. Nos vamos mi maletorra y yo hacia la salida cuando vemos (sí, ella también lo ve): cuatro policías delante de un
control que indica “declaración de equipaje”.¿¿Y dónde se encuentra el formulario de declaración de
equipaje?? Exacto, dentro de la maletita.
En fin, esa ha sido mi primera aventura en Montreal. Me he
reído mucho, yo sola, eso sí… los policías me miraban raro porque me hacía
mucha gracia eso de tener que abrir la maleta para sacar un papel...
Y aunque el cansancio seguramente haya potenciado mis
ataques de risa (y por qué no, mi felicidad absoluta al ignorar el dichoso
formulario), ha sido una agradable manera de romper el hielo al llegar a Canadá.
Es muy posible que el cansancio también haya patrocinado este post... Sea como sea, ¡empieza la aventura!